¡Hola lectores y seguidores! Y sigo con mi novela La caja de la perversidad. Exploramos los recuerdos de Sebastián antes de ser atacado por una extraña vieja un 14 de febrero, esto con la finalidad de desenmarañar el macro misterio que envuelve la relación de él y Macarena.
Capítulo III parte 3
El
malestar en su interior se asimilaba a picaduras de hormigas acrecentadas a las
miles. La borrachera en nada era comparadora. Había arribado a su casa en la
madrugada; sus padres no notaron su llegada. El dolor de cabeza era punzante,
pero lo era más el de su alma. Acurrucado sobre su cama se deslizaba entre lágrimas
empañando sus anteojos, el corazón y la cabeza querían estallarle; su ser se
hallaba desfragmentado. Actuaría como si nada relevante ocurriese al siguiente
día, ningún ser humano debía notar el tormento que vivía.
Al
iniciar la faena universitaria, en la jornada nocturna, el sol brilla con poca
potencia debido a su veloz decaimiento. Sebastián no podía ocultar los estragos
que el alcohol y las lágrimas en él habían dejado. Sin necesidad de acercarse
al aula donde el aprendizaje era impartido, sus amigos le detuvieron.
—¡¡Sebastián!!
¡¡No puedes escapar!!
La
voz de Roberto era granizo de fuego para los oído del rubio. En medio de una
amplia área de cemento volteo hacia su izquierda, topándose con su cuarteto de
amigos. Ellos de pie, ellas sentadas sobre una banca del mismo material que el
piso, unos frente a otros lo observaban con una sonrisa y saludos corporales
tanto como gestuales. Querían que se acercase, hablarle. Pero él sabía bien la
verdadera intención: interrogarle.
Les
sonrió. La incomodidad entre amigos es como un amargo sabor, que si de beber se
deja, explota en el cerebro, debido al rechazo social producto de la impotencia
de decir un no me agradas para dejar atrás las apariencias. Tal vez en algún
momento fueron de su agrado, pero ahora le pesaban demasiado.
Con
hipocresía como principal característica, Sebastián se acercó al grupo
fingiendo una sonrisa. Sabía bien que no podía hacer nada respecto al desastre
de apariencia física que cargaba, incluso, la misma ropa del día anterior
lucía.
—Hola
—dijo el rubio, saludó a las chicas con un beso en la mejilla y a los muchachos
con un fuerte apretón de manos.
—Pero
qué cara mi Sebas —dijo Ismael, quien al lado de Roberto, era separado de
Sebastián por el joven de poco cabello.
—¡Sebas!
—exclamó Rocío, se levantó de su asiento, entrelazando sus brazos con el
izquierdo de Sebastián.
—Siempre
tan cariñosa —intervino Ismael al observar la actitud de Rocío; Sebastián
sintió como los puntos sensitivos de su cuerpo la rechazaban, pero el
despreciarla le atemorizaba, de igual forma, eran solo amigos.
—Cállate,
a Sebastián le gustan las chicas, pesado —molesta Rocío mencionó, abriendo su
boca pequeña para mostrar la lengua.
—Pues
eso ha quedado entre dudas, después de cómo reaccionó ante Alicia —el
comentario de Ismael fue engorroso para Sebastián, quien bajó la mirada
escondida detrás de sus anteojos cuadrados.
—¡Era
de esperarse con tanta cerveza circulando en su estómago y venas! —dijo
Roberto, rió después—. Pero no te preocupes Sebas, Alicia ha quedado más
prendida contigo que el aceite al fuego, ¡eres grande Sebastián!
Roberto
con una sonrisa dio leves palmadas a la espalda de Sebastián. El rubio sonrió
forzadamente. La mirada de todos se hallaban clavadas en el ojos verdes; él no
lo deseaba, pero sin duda lo consiguió buscándolo.
—Me
pidió tu número y yo sé lo di, pero, como buen primo, le aconsejé que tú debías
dar el primer paso, así que te daré el de ella para que enseguida le llames
¡ah, no esperes mucho! —alentaba Roberto, como si de un Cupido moderno fuese su
personaje.
—Eh…
—el cerebro de Sebastián se comprimía debido a la presión.
—¡Déjalo!
¿No has pensado en la posibilidad de Sebastián no encontrarse ya más
impresionado por tu prima? A muchos hombres les pasa, es diferente admirar a
una mujer a conocerla —opinó Rocío.
—Bueno,
eso es cierto —dijo Ismael, tal parecía que por primera vez estaban de acuerdo.
—¿Es
eso Sebastián? —preguntó Roberto, una expresión seria figuró en su rostro.
—Bueno…
—entrecerró sus párpados, contempló sus tenis percudidos y luego el rostro de
Azucena, quien en el transcurso de toda la plática no había pronunciado
palabra, la joven le observaba con cierto desdén y desaprobación—. Lo siento
Roberto, Alicia es una mujer muy bella, pero no es para mí —afirmó Sebastián,
dirigió su mirada a Roberto.
—Oh…
—Roberto se notó impresionado, retrocedió un poco; Rocío sonrió ampliamente—. ¿Una
mujer bella no es para ti? No entiendo, además todo lo que hiciste por ella…
—No
quiero hablar de eso —cortó Sebastián las palabras de Roberto. —Además, la
belleza es algo demasiado subjetivo, aunque existe una general, no para todos la
cúspide de su significado es el mismo.
—Tal
vez fue solo por las cervezas desde un principio —intervino Ismael, colocándole
su peculiar toque a la conversación.
—¿Qué
quieres decir con eso Sebastián? ¿La cúspide del significado de la belleza? —preguntó
Rocío, la mirada de Azucena cambio abriendo más sus párpados y entreabriendo
los labios.
—¿Significa
que buscas una modelo? ¿Se te ha subido lo de tu bonita cara a los sesos y
desprecias a mi prima?... ¿o es acaso qué te gusta alguien más?
—Tomé
mucho ayer, no me siento bien, regresaré a mi casa…
—Sebastián,
pero hoy pasan examen…
—Adiós,
disculpen.
Sin
gesto o mayor explicación, Sebastián les dio la espalda. Tal vez hubiese
llegado a su aula si no fuese porque le detuvieron, pero ahora eso no importaba,
tomó camino hacia el parqueo para regresar a su automóvil café, su compañero
más material e inseparable.
No
vio atrás a pesar de las miradas críticas y dudosas de sus amigos. No entendían
la actitud de Sebastián. A decir verdad, él tampoco la entendía.
Ingresó
a su automóvil. Al cerrar la puerta del asiento del piloto y colocar sus manos
sobre el sólido timón no pudo contener un río de lágrimas de sus ojos
desprender. El dolor interno cada vez era más asfixiante. ¿Para qué quedarse y
realizar un examen del cuál iba a obtener el mismo resultado a no hacerlo? ¿Por
qué seguir escuchando a sus amigos y fingir interés en sus estúpidas palabras?
No, nada de eso era importante, no podía seguir fingiendo.
Manejó
velozmente hasta arribar a su casa. Al entrar cruzó la primera sala sin saludar
a sus padres que cenando en el comedor se encontraban.
—Buenas
noches hijo —Ximena saludó sin recibir respuesta alguna.
—Ese
muchacho, pareciera que ha vuelto a la adolescencia —opinó José en el asiento
de la cabecera, su lugar de siempre—; o tal vez está enamorado…
—No
digas sandeces José.
La
habitación de Sebastián se encontraba ubicada al fondo del pasillo. La recámara
era grande y amplia, sin duda hijo único. La cama que le había acompañado desde
los catorce años era de tamaño dos plazas, de lana como material. Dejó sus
anteojos y celular sobre las sábanas anaranjadas que la cubrían. Sus ojos aún
rojos habían parado de desatar lágrimas.
Caminó
hacia la única otra puerta aparte de la de la entrada, ubicada al lado derecho
de la cama. Tomó el pomo con su mano derecha, abriéndose paso hacia el cuarto
de baño con azules azulejos. Una cortina separaba la regadera del retrete y el
lavamanos.
Desplazó
la cortina hacia su izquierda, tomándola con la mano del mismo lado. Descubrió
la ducha que atrás de ella se encontraba, compuesta en su estructura por los
mismos azulejos azules y un cabezal redondo con un sin número de perforaciones
por las cuales el agua se expulsaba.
Movilizó
una de ambas manillas ubicadas 90 centímetros abajo del cabezal de ducha. La
presencia de agua fría no se hizo esperar. Como una fuerte llovizna aislada
caía para desaparecer en el desagüe. Al ver el líquido transparente caer y
escuchar el retumbante sonido, Sebastián sintió deseos enormes de morir. Nunca
antes había experimentado una sensación tan melancólica. Últimamente siempre se
encontraba triste, la apetencia de fallar era cada vez mayor.
Se
internó en la ducha, dejando que el agua golpeara contra su cabello,
recorriendo su cabeza y sus ropas. De alguna manera buscaba expresar a través
de su cuerpo el desastre interno en que se hallaba. Empezó a llorar. Tendía a
lamentarse bastante. Sollozaba a cada rato.
Con
lentitud su cuerpo fue cayendo hasta sentarse sobre el piso de azulejo,
mientras el agua fría no paraba de golpearlo. ¿Qué más daba todo? No entendía
el significa de la vida, solo estaba convencido que el sufrimiento era una
presencia constante.
Su
mente rememoró palabras pronunciadas por su propia voz: "No, no,
definitivamente no quiero seguir contigo, estar más cerca de ti no lo
deseo". Recordó una voz femenina enseguida responderle: "No hagas
esto Sebastián, tú lo eres todo para mí, mi día y mi noche, el único ser humano
en quien confío, mi vida perderá todo sentido si cerca de ti ya no puedo estar,
si hice algo mal, te suplico otra oportunidad". La respuesta en su mente
fue aludida: "No te humilles, mírame como un error, olvídate de mí; ya no
te amo, todo se ha acabado".
Los
recuerdos no ayudaban a su interno malestar. Lloró más fuerte. Se rompió con
gemidos. Con fuerza chocó el área posterior de su cabeza contra la pared
recubierta de azulejos. Una y otra vez. Quería destrozarse, pero no lo
conseguiría, en su vida, solo logró destruirse por dentro.
Dejó
de golpear su cuerpo, de nada serviría. Las lágrimas se redujeron, la mirada
perdida en algún punto en la pared de enfrente quedó. Era inaguantable el
malestar, se sentía como una hoja de papel llevada por el viento sin poderse
detener, sin nada por hacer.
En
la madrugada, ya fuera de la regadera, vestía pijamas: un pantalón gris y una
playera negra. Sentado sobre su cama, sin gafas, observó su teléfono móvil,
desplegó la pantalla hacia arriba. En sus contactos buscó el nombre del
narcótico exclusivo de su corazón. Macarena.
Cuánto
extrañaba a Macarena. No lo podía expresarlo en palabras. No podía delimitarlo
a un número. No podía olvidarla. Bajó la pantalla de su celular. No la
llamaría. No podía hacerlo después de haber sido él quien destruyese su
relación. ¿Le explicaría la verdad? Temía que lo odiase, o tal vez ya lo hacía,
no lo sabía. La duda carcomía sus sentidos.
Desplegó
la pantalla una vez más, en esta ocasión no buscó el número de Macarena,
directamente lo marcó, de memoria lo sabía. Timbró tres veces. Colgó. ¿Cómo
osaba llamarla? Se creía un sin vergüenza, aunque tal vez su acción provocaría
que ella se comunicase con él. Quería hablar con ella, necesitaba escuchar esa
voz tan femenina.
En
pedazos recostó su cuerpo sobre la cama. Estaba tan casado, horribles y
tormentosos días vivía. El sueño fue más grande que su voluntad, aún apretando
el celular con su mano derecha cayó dormido. Si en algún momento el tono de su
teléfono móvil se hacía presente lo oiría.
Gracias Mari Vi!!! Ya extrañaba leer tu excelente y atrapante historia; como siempre me has dejado con ganas de mas, espero pronto publiques el siguiente capitulo!! Saludos!! :)
ResponderBorrarGracias Rod. Un abrazote =)
BorrarHola Virg. Tienes un premio en mi blog. :3
ResponderBorrarhttp://www.nokava.blogspot.mx/2014/08/asi-se-llama-xd.html
=D muchas gracias! Ya mismo me paso
BorrarHola! Tienes talento, no lo dejes escapar. Sigue así!
ResponderBorrarTe sigo desde la iniciativa de blogs asociados. Un saludo:)
¡Muchas gracias! Un fuerte abrazo Sara. Ye te sigo =).
BorrarGracias Mayte =). Un fuerte abrazo! Espero seguir leyendo el diario de Meg =D
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