¡Hola lectores, seguidores! Tengo el placer de presentar la segunda parte del segundo capítulo (vaya gracia) de La caja de la perversidad, la novela que actualmente publico en este blog. No había tenido la oportunidad de subir más puesto que me he concentrado en escribir un par de relatos. Agradecería de sobremanera que si no han leído las partes anteriores le den una oportunidad, es una novela mezcla de terror y erotismo....
Capítulo II Parte 2
En la noche era la cita con
la familia de Sebastián. A pesar de los años que llevaban siendo una consolidada
pareja, Macarena no había tenido la oportunidad de conocerles.
En un condominio ubicado en
una zona elitista por temporalidad limitada, ya que cual moda pareciera que los
ricos juegan con sus peones cambiado de tableros a su antojo, vienen como se
van de las áreas predilectas, se hallaban Sebastián y Macarena. El automóvil a
sus espaldas, café de marca japonesa, de muchos modelos atrás, había sido
compañero del muchacho incluso antes de conocer a quien hoy era su pareja. Él
vestía un pantalón negro, una sudadera también negra y zapatos tenis azules;
ella un vestido color azul real con un zíper por el frente que iba del cuello
al ombligo y zapatos de charol con traba color negros. De pie en el cuadrado de
cemento de 4x4 metros en medio del monte de altura corta, uno al lado del otro,
inspiraban y expiraban. Ella entre sus manos tenía una caja sin tapadera la que
en su interior poseía un pastel adornado con turrón azul. El ding dong del
timbre anunció su llegada. Los dos en silencio esperaban con un sentimiento incomodidad
y nerviosismo, parecía que pronto se someterían a un terrible examen o
suplicio.
—Hola…
La puerta de caoba fue
abierta por una mujer de 55 años de edad, cabellos rubios que llegaban a sus
hombros peinados en un estilo bomba, iris avellana, anteojos de contorno rojo y
un vestido corto de lino color verde claro. La sonrisa instintiva con la que
abrió la puerta para dar el recibimiento fue poco a poco transformándose en un
incómodo apretar de labios.
—¿Sebastián? —preguntó la
señora, como quien duda de la identidad de la persona que al frente tiene.
—¿Qué sucede madre? ¿Ya te
has olvidado de mi cara? —con una sonrisa Sebastián se acercó a la mujer,
abrazándola, correspondiéndole ella sin modificar la expresión de incomodidad.
—Lo siento hijo —al separarse,
la madre de Sebastián no hacía más que observar de pies a cabeza a Macarena,
quién tímidamente le sonría. La señora se tocó la patilla izquierda de sus
anteojos con la mano del mismo lado, el joven mostraba los dientes y elevaba
las comisuras de sus labios, situándose al lado de la mujer de cabello
abombado.
—Te presento a Macarena
Valladolid madre… —Sebastián extendió su brazo derecho hacia Macarena, quien se
acercó, saludando a la madre del joven con un beso en la mejilla y sin soltar
el pastel.
—Mucho gusto doña Ximena —en
tono bajo dijo Macarena.
—Hola muchacha —después de
verla en todo momento con gesto serio, le sonrió por compromiso, apretando sus
labios una vez más—. No me digas doña, me hace sentir vieja.
—Disculpe —Macarena se
ruborizó.
—No importa, pasen adelante muchachos.
Ximena, madre de Sebastián, entró
a la casa primero, dejando la puerta abierta para permitirles a los jóvenes
seguirla. Macarena arqueó las cejas hacia abajo y escondió sus labios
llevándoles al interior de su boca, con preocupación miró a Sebastián, quien en
un intento por animarla y sin entender los sentimientos de la muchacha de
largos cabellos ondulados solo le sonrió, la tomó de la cadera para caminar
lado a lado e ingresar a lo que un día fue su hogar.
De bambú el piso, la casa se
componía por dos niveles. La entrada iniciaba con una sala conformada por tres
sillones; uno largo y dos individuales, el primero de color amarillo se hallaba
contra la pared y cerca de los escalones que dirigían al segundo nivel, mientras
que los dos individuales se situaban al extremo contrario y eran de un color
gris. La sala sin duda alguna era un contraste. Las paredes macizas eran
adornadas por fotografías en blanco y negro y a colores. En todas las de
colores aparecía Sebastián de pequeño con o sin padres, y las de blanco y negro
eran de adultos que Macarena no conocía; sin duda los padres de Sebastián, solo
que mucho más jóvenes.
Al caminar por la sala
Sebastián observó a Macarena, ella le devolvió la mirada, él le sonrió, quería
asegurarse que se sintiera bien y tranquila, aunque posiblemente para ella era
imposible.
Cruzaron a su derecha,
llegando al comedor que no era separado por puerta alguna de la sala. La mesa
para seis personas de forma rectangular ya tenía uno de los espacios ocupados;
la cabecera. Un señor de 70 años, calvo, tez blanca con manchas negras, vestido
con chaleco gris sobre una camisa blanca y un pantalón de vestir, fumando un
puro, les esperaba. Sonrió mientras inhalaba tabaco, quemó rápidamente la punta
en un cenicero. Al lado de un cuadro imitación de Saturno devorando a su hijo
por Goya, un bastón se sostenía contra la pared.
—Hola papá —dijo Sebastián,
él y Macarena se acercaron al señor calvo.
—Buenas noches —dijo ella.
La madre de Sebastián había
cruzado una puerta deslizante de madera, dejándola abierta para desde afuera
apreciarse la cocina de azulejos alegóricos a comida. Ximena terminaba de
vaciar contenidos de sartenes dentro de amplios platos de plata.
—Hola jóvenes —dijo el señor
riendo luego con cierta complicidad, le dio a su hijo un apretón de manos para
después besar en la mejilla a la chica sin desplazar su cuerpo demasiado—.
Siéntense, siéntense —con ademanes a través de los brazos, el señor señaló los
asientos a su lado derecho.
—Gracias papá.
—He traído un pastel, puedo
llevarlo a la cocina… —dijo Macarena, sonrió sin poder ocultar la ansiedad que
en su interior se producía, colocó el pastel a una altura adecuada para que el
padre de Sebastián pudiese apreciarlo.
—Sí hija, sería muy bueno,
llévalo, llévalo —el señor con tres dientes frontales rió con singular picardía.
—Permiso —dijo Macarena,
observó a Sebastián, quien tomaba el asiento vacío a la derecha de su padre, el
joven de rubios cabellos le sonrió, parecía indicarle que fuera sin inconveniente
a la cocina, que se sintiera en confianza, pero dejándola sola, no conseguiría
ese sentimiento en ella.
Sin oponerse Macarena caminó
a su derecha, tocó la puerta de madera anunciando su próxima cercanía a Ximena,
la madre de Sebastián terminaba de servir pavo ya cortado sobre un plato. Vio y
sonrió forzadamente a la muchacha de tez morena.
—Yo… como agradecimiento les
he hecho un pastel, un regalo… —Macarena no sabía cómo expresar claramente su
objetivo.
—Gracias, déjalo por ahí…
—Hijo, ¿pero quieres matar a
tu madre? —por su lado, riendo con picardía, el padre de Sebastián dijo a su
hijo, el rubio juntó las cejas frunciendo el ceño y elevó solo la comisura
derecha de sus labios.
—No sé a qué te refieres
padre —dijo Sebastián mientras el señor continuaba riendo.
Macarena dejó sobre la mesa
de madera con un mantel blanco cubierta, el pastel, Ximena tomó entre sus manos
el plato de pavo para caminar al comedor. Los platos individuales ya se
encontraban colocados sobre la mesa.
—¿Le puedo ayudar en algo?
—preguntó Macarena observando a Ximena partir.
Ximena dejó el plato en
medio de la mesa sin responder, después regresó.
—No, mejor sal de mi cocina
por favor, no me gusta que extraños ingresen a ella —dijo Ximena tomando entre
sus mano otro plato amplio de plata solo que éste con lechuga y tomate encima.
—Disculpe.
Sonrojada Macarena salió de
la cocina. Sentía calor producto de la vergüenza, jamás imaginó una respuesta
así. Por un momento sintió que su garganta se quebraba y una pronta necesidad de
dejar fluir sus lágrimas se aproximaba, sin embargo enmascaró sus sentimientos
con una sonrisa y saliendo rápido de la cocina.
Sebastián volteo a verla
sonriéndole, ella bajó la mirada, sin delatar su sentir, tomó asiento al lado
derecho de Sebastián. Ximena pronto colocó un plato de puré al lado de la
ensalada. Fue y regresó por un pichel de fresco natural sabor a jamaica.
—Por favor querida, te
encargo el vino blanco —dijo el padre de Sebastián a Ximena, quien con una
sonrisa regresó a la cocina, alcanzando de la alacena una botella con una
virgen como marca—. Que alegre es tenerte por acá Sebastián —los dos hombres en
el interior de la casa se sonrieron, Ximena dejó el vino al lado derecho de su
esposo, tomando asiento a la izquierda de él.
—Por favor sírvanse —dijo Ximena.
Con una sonrisa todos en la
mesa, quienes componían la pequeña reunión para la cena, obedecieron la
recomendación de la señora de cabellera rubia. Sebastián esperaba que fuera una
cena estupenda, a pesar de conocer a sus padres, tenía la viva esperanza de
disfrutar un placentero momento.
—¿Y sigues en el apartamento
pequeño hijo? —preguntó Ximena, mientras, al igual que ella, todos comían.
—Sí madre, no recuerdo
decirte que modificara de hogar —respondió Sebastián inteligentemente.
—Lo siento hijo —rió la
madre—; ¿cómo ahora ustedes dos viven juntos no? —apuntó Ximena a ambos con el
dedo índice y medio de su mano derecha, su esposo tomaba un copa de vino en un
trago.
—Sí —contestó Sebastián, sin
comer más miró a su madre, buscaba entender a que se debía esa pregunta.
—Lo siento, como es bastante
pequeño el apartamento que posees Sebastián, y pues, ahora que son dos, no solo
imagino que necesitan más comodidad, también reciben dos salarios… ¿por qué tú
trabajas, no, Macarena?
—Este… —dijo Macarena, con
dificultad la comida pasaba por su garganta, la incomodidad puede percibirse
como una piedra en el esófago.
—Macarena trabaja en su
segundo libro —contestó Sebastián, como quien intercede por un conocimiento
instintivo de que su respuesta puede ser más satisfactoria para alcanzar la
protección del otro.
—Ahhh… —la madre arqueó las
cejas hacia arriba, suspiró y continúo comiendo.
—Es decir que no hace nada
—el padre rió interviniendo, Sebastián observó irritadamente a su progenitor,
mientras Macarena con malestar y pena observaba hacia su plato aún lleno.
—Estoy diciendo padre que
está escribiendo su segundo libro, por el momento puede no apreciarse frutos
económicos, mas personales sí, además una vez finalizado estoy seguro que
Macarena será reconocida tanto como por lo gran escritora que es, así como
financieramente.
—Sí hijo... —rió el padre,
dándole un par de palmadas en el hombro izquierdo a Sebastián—. No como tú que
a los 30 años sigues siendo un corrector de textos.
Al oír las palabras de su
padre Sebastián se irritó más, no pudo evitar fruncir el ceño, bajar la mirada
y apretar los labios, tomó más ensalada sin ver al hombre más adulto. Sin
embargo una cierta tranquilidad le invadió, al menos era mejor que le atacasen
a él y no a Macarena
—Si ahora ya existen las
computadoras, ellas solas te corrigen todos los textos —machacaba la herida el padre.
—Evidentemente las
computadoras no pueden hacer lo que tu hijo hace, sino, ¿cómo se pagarían el
apartamento? —rió la madre, Sebastián comía y Macarena empezaba a hacer lo
mismo, quería huir del hogar de los padres de su novio, todo su sistema
parasimpático detectaba el peligro—. ¿Cómo tomaron la decisión de vivir juntos?
—¿Por qué le sigues dando
vueltas a ese asunto madre? No es nada que te importe —contestó Sebastián con
una pregunta.
—Pues si me importa, estar
con alguien coarta tu libertad, además que no es bien visto que…
—¿Qué no es bien visto? ¿Qué
dos personas que se aman quieran estar todo el día juntas? —Sebastián enrojeció
de las mejillas debido a la rabia causada por sus padres, su pareja no hacía
más que comer sin ver el rostro de ninguno de los presentes.
Al notar que su hijo cada
vez se molestaba más, Ximena prefirió callar. Los cuatro se concentraron en
comer, en aquel momento los dos jóvenes añoraban que finalizara tal cena
pesadilla.
—Ayer que fui al Instituto
Guatemalteco de Seguridad, sufro del corazón, ya saben jóvenes que la edad
parece una adicción, te va consumiendo… el punto es que una joven esperaba conmigo
en una larga fila, estaba tan despeinada que daba vergüenza, con ganas le decía,
"se equivocó de lugar, o yo me equivoqué de lugar, pero éste no es el
Centro Psiquiátrico Fernando Mora" —rió el hombre calvo al terminar el
relato, Macarena intento reír en una búsqueda desesperada porque la cena no se
viniera más abajo, Sebastián apretó los labios, no entendía en nada la
interrupciones innecesarias de su padre.
—Hablando del doctor… ¿no
has buscado a nadie Macarena para arreglar las… manchas en tu cara?
Sebastián no podía concebir lo
que su madre expulsaba a través de sus boca, esas palabras eran hirientes como
el ácido; con la boca entre abierta la observó con furia a quien la vida le
había regalado. Macarena palideció, sintió su corazón acelerarse, su presión
bajó, vio la comida que casi terminaba, temía vomitar ahí mismo.
—La medicina ha avanzada
tanto; la verdad me encantan los programas médicos y creo haber oído algo sobre
una cura o solución, no sé, como realmente nunca había conocido tan de cerca a
nadie con ese problema —la madre rió—, pues no le he prestado mucha atención.
Serías bonita sin eso, pobrecita.
—No miro el punto madre, no
seas entrometida —dijo Sebastián, tomó vino que le compartía su padre—, es más…
—vio su muñeca izquierda, no tenía nada en ella—, ya se nos hace tarde,
olvidaba que mañana es la finalización de un plazo, así que… —se limpió la boca
con la servilleta de tela—; con permiso.
—Pero… —dijo Macarena, antes
que Sebastián se levantara detuvo al joven tocándole el anverso de la mano
izquierda con la palma de la suya—, podemos quedarnos un tiempo más, aún falta
el pastel —con una sonrisa, parecía que de pronto los comentarios de aquellos
dos desconocidos poco le importaban.
—Macarena… —Sebastián
pronunció el nombre de la muchacha.
—No, no, por el pastel no se
preocupen, mucha comida para una noche; pero si terminemos la cena que tanto me
ha costado, después ya pueden irse.
Una hora después los dos
muchachos ya se encontraban fuera de la casa. Se despedían de Ximena en el
mismo lugar donde les había recibido, mas las circunstancias y ellos ya no eran
los mismos. Una cena incómoda, descripción corta, una cena molesta, complementaria
de la anterior deducción. Incómoda y molesta.
—Espero verte de nuevo
pronto Sebastián, recuerda que soy tu madre y te amo —Ximena abrazaba con
fuerza a Sebastián, despidiéndose del joven, seguidamente le proporcionó un
beso en la frente.
Sebastián solo le sonrió.
Entraron al automóvil para no dar marcha atrás y alejarse lo más rápido posible
del lugar. La mirada entristecida de Macarena no se apartó de sus manos. El
joven rubio, sin saber realmente que decir, prefirió callar.
Hola, creo que es una buena opción escribir novelas por aquí. Una buena forma de darse a conocer.
ResponderBorrarSoy de la iniciativa blogs asociados
Hola, sí, también lo creo. Un gusto. Ya te sigo =)
BorrarMuy buen relato, aunque me parece un poco largo para leerlo en un blog. Yo lo hubiera partido en dos partes. Hubieras creado más tensión a los lectores ;)
ResponderBorrarMil besos^^
P.D.Te sigo por la iniciativa de blogs asociados
Muchas gracias, seguiré el consejo =). Ya te sigo.
BorrarUn fuerte abrazo.
Interesante capítulo.. leeré el resto para enterarme mejor de que va la historia. Yo también estoy subiendo una blog-novela a mi blog, aunque bueno.. en breves la terminaré de subir.. jaja
ResponderBorrarTe sigo que yo también pertenezco a la iniciativa de blogs asociados ^^
un besooo
¡Muchas gracias! Ya te sigo y enseguida te leo, que me ha llamado la atención. Un fuerte abrazo =).
Borrar¡Hola!
ResponderBorrarMe encanta, pero... me he quedado pensando que a lo mejor me he liado y estoy leyendo esto sin haber leído el principio. Ando confundida, ¿esta es la segunda parte de otra historia?
Si es así, mejor dímelo y empiezo por el principio jajaj
¡Un beso, Virginia!
¡Hola Virginia!
BorrarLa historia de por si es un poco liosa debido a que mezcla el pasado y el presente de Sebastián, es mejor tomarla desde el primer el capítulo, es lo único que por el momento escribo en el blog (aparte de las reseñas), en el menú encontrarás el órden. Te agradezco mucho por leerla. Un abrazote =).
De acuerdo, pues te leeré con más calma porque sí me estoy enterando pero claro, a veces falta algo y, ¡quizá lo que ocurre es que lo contarás en un capítulo posterior!
Borrar¡Nos vemos!