lunes, 12 de mayo de 2014

La Caja de la Perversidad II parte 3

¡Hola a todos! Bienvenidos a la sección dedicada a la novela: "La caja de la perversidad", terror y erotismo se entrmezcla en ésta original historia, advierto...


Cualquier comentario es bienvenido y bien agradecido, sobre todo si son relativos a la trama de la historia, a disfrutar...

Capítulo II Parte 3

Arribaron al pequeño apartamento de Sebastián. En definitiva pequeño. Una área redonda con un diámetro de 8 metros, ocupada por una cama matrimonial que en la mañana habían compartido Sebastián y Macarena, daba la bienvenida al humilde hogar. Al lado izquierdo de la cabecera y cerca de la puerta de entrada se hallaba un televisor mediano de pantalla plana sobre una mesa de madera de no más de un metro, del lado contrario, un clóset de madera con dos puertas horizontales, eran los elementos que componían la primera estancia. Tres puertas alrededor, una escondía la cocina, otra un pequeño estudio y la tercera el único baño. Los diseñadores del cuarto que fungía como apartamento jamás lo visualizaron de aquella manera, sin embargo era la más funcional para ellos.

Macarena ingresó al apartamento antes que Sebastián, quien paralizado en la puerta, con los párpados caídos y los labios entre abiertos observaba a la muchacha de ondulados cabellos dirigirse al clóset, abriéndolo y extrayendo una playera blanca doblada en uno de los apartados del interior, así como dos sandalias en el área inferior del mismo. Cerró el clóset. Con cierta angustia el joven con anteojos observó a su pareja internarse en el baño.

Después de un suspiro, Sebastián caminó hacia el lado izquierdo de la cama, se quitó los tenis y tomó asiento sobre ésta, estirando su pierna derecha encima del mueble para dormir. Giró su cabeza a la derecha, su mirada se perdió en la ventana al lado del clóset, a través de ella se observaba la calle, su apartamento ocupaba parte del octavo piso.
—Macarena, mis padres son idiotas, por eso mismo no me interesa lo que piensen, si los escuchase me convertiría en idiota —dijo Sebastián en voz alta para que ella le escuchase, se quitó la sudadera negra, tenía una camisa café con cuadros debajo de ella—. Y no soy un idiota, están fastidiados porque he evolucionado y ellos no; ¿sabes?, creo que existen estructuras oligárquicas secretas a las que les beneficia engañar a los seres humanos, encaminarlos a que piensen como conviene a sus deseos egoístas, marionetas sin un gusto propio, se permiten influenciar en la toma de decisiones. Los he descubierto, he descubierto el porqué la tierra se plaga de gente inconforme y vana, por eso yo no soy así, yo a ti te amo profundamente.

Macarena salió del baño, vestía solo la playera blanca. Ella le sonrió a Sebastián, quien al verla se colocó de pie; el muchacho desde el cuello empezó a desabotonar su camisa. La joven de cabellos ondulados parecía tan tranquila y serena, no habían rastros de daño producto de comentarios hirientes.
—Una parafilia tal vez —dijo Macarena, caminó hacia el lado derecho de la cama, tomando asiento mientras observaba hacia la ventana y el clóset.
—¿Qué dices? —preguntó Sebastián después de reír, se quitó la camisa.

El joven rubio caminó alrededor de la cama hasta ubicarse frente de Macarena. Ella elevó su mirada por un segundo, él se agachó, hincándose solo con la rodilla izquierda, sus rostros quedaron frente a frente. Él puso sus manos sobre las suaves piernas de la joven.
—Dices que me amas y que eres diferente, pero no siempre ha sido así… —dijo Macarena bajando la mirada.
—¿De qué hablas? —preguntó Sebastián confundido, tomó de las manos a Macarena y le dio un beso a cada una—. Tal vez… —Sebastián observó directo a los ojos a Macarena— un tiempo dejé que esa estructura oligárquica, controladora y superficial me cegara, pero desde que te conocí desperté.

Ella sonrió forzadamente, él la observó con cierta preocupación y extrañeza.
—¿Tú no me crees? ¿Después de todo este tiempo?
—No es eso —dijo Macarena aún sin verlo a los ojos a pesar que él no había desapartado su mirada del rostro de ella—. Existimos muchas personas en el mundo que no nos aproximamos a las expectativas sociales para ser consideradas agraciadas, tal vez debería ser más fuerte y despreocuparme por la aprobación de otros; la verdad no me extraña lo que pasó con tus padres, aunque esperaba algo diferente, lo más doloroso es sentir que me amas y no entenderlo.
—¿De qué hablas pequeña? No digas tonterías, ya te dije que no soy ningún idiota —dijo Sebastián, tomando el rostro de Macarena entre sus manos y sonriéndole.

La pareja se observó a los ojos, eran diferentes físicamente, aunque eso no era difícil, al fin y al cabo eran un hombre y una mujer. Después de unos segundos sin hablar, él tomó la iniciativa y acercó sus rostros, besándola en los labios. Inclinaron sus cabezas en direcciones opuestas, saboreándose también con la lengua, intercambiaban fluidos orales. Ella tomó los anteojos de él, separándose por un breve segundo para permitir la acción. Sebastián volvió a besarla con delirio, ella sostenía las gafas de él con la mano izquierda. Él succionaba los labios de ella y viceversa, conduciéndola a recostarse de los glúteos a la cabeza sobre la cama, la joven estiró sus brazos a los lados aún sin soltar los lentes del rubio.

En ningún momento el joven de iris verdes dejó de besarla, Sebastián se colocó sobre ella, levantándole la playera con la mano izquierda para acariciar su muslo y glúteo, no tenía bragas. Con su mano derecha, Macarena buscó desabotonarle el pantalón.

La madre de Sebastián, Ximena, colocaba papel aluminio sobre los platos con restos de comida, para guardarla y preservarla. Dentro de la cocina limpiaba y ordenaba el desastre dejado debido al esfuerzo requerido en la cena. Con el ceño fruncido lo hacía todo con desagrado y molestia.
—No puedo creer lo que hace Sebastián, pensaba que por ser la primera mujer en presentar se trataba de algo serio —decía Ximena en voz alta para que le escuchase su marido, guardaba un plato hondo de vidrio en el interior de la refrigeradora—. ¿José, por qué nos hace esto Sebastián?
—Es porque eres muy posesiva con él, le gusta desafiarte… —dijo el padre de Sebastián, José, mientras fumaba aún sentado en el mismo asiento que había ocupado en la cena.
—¿De qué hablas? ¡Eso no es cierto! —Ximena enrojeció del rostro sin parar de movilizarse en el interior de la cocina.
—¿Entonces qué más da si simplemente Sebastián decidió presentarnos a esa muchacha sin importancia?
—Han estado juntos por mucho tiempo, incluso comparten el apartamento de mi Sebastián, es decir, deseaba que ella fuese mi nuera…
—Tal vez te atemoriza pensar que lo sea…

Ximena después de oír a José paró sus actividades en el interior de la cocina. La señora rubia observó hacia su mano derecha inmóvil la cual sostenía un trapo blanco un poco sucio debido a su función de limpieza.

La atención de José fue interrumpida al escuchar un tenue crujido en el segundo nivel del interior de la casa. Casi terminaba uno de los tanto cigarros que había consumido en esa noche. Lo dejó en el cenicero. Sus oídos se concentraban en percibir algún otro sonido.
—¿Sabes José? Tienes razón amor, no puedo concebir la idea de que nuestro querido Sebastián, nuestro único hijo, vaya aparejarse con una mujer física e intelectualmente mucho inferior a lo que él se merece —mientras confesaba su sentir, Ximena con fuerza apretaba el trapo en su mano derecha, sus ojos parecían temblar, interiormente se desequilibraba.
—¿No escuchaste eso? —preguntó José, descubriendo la falta de interés por lo que su mujer le decía.
—¡¿No me escuchaste tú a mi José?! —molesta tiró el trapo dentro del lavaplatos, el calor dentro de su cuerpo subía, estaba realmente irritada—. ¡No soporto la idea de que mi amado Sebastián termine con una mujer fea, aprovechada y tonta! ¡Alguien que no le llega ni a los talones! —debido a la furia lágrimas emergían de sus ojos.
—La verdad ninguno de los dos me parece muy brillante, que desperdicio con esa su profesión…
—¡Eres un idiota! ¡No sé porque hablo contigo!

La luz tenue de la lámpara iluminaba la recámara en lugar de sala. Para él, el cuerpo de ella era perfecto. Su olor exterminaba sus neuronas, su capacidad de pensar.  Desnudos, Sebastián montado sobre ella aún conservaba los calcetines. El rubio se apoyaba con las palmas de sus manos sobre la sábanas, cada una de lado y lado de la cabeza de ella, cerca de la ondulada cabellera. Las rodillas y piernas de él se hallaban contra la cama mientras empujaba fuerte y profundamente su falo dentro de la vagina húmeda de ella. Macarena abrazaba con sus piernas la cadera de él, rosándole con sus pies los firmes glúteos del muchacho. Ella gemía mientras él le observaba. Ambos sudaban, aunque el joven más que la muchacha.

Con los ojos entre abiertos contemplaba con deleite como gotas de su sudor caían al rostro de ella, deslizándose hasta desaparecer en el cabello negro. Macarena cerraba sus ojos, el placer que sentía explotaba en el interior de su sexo y le recorría todo el cuerpo, similar a la sangre, le encantaba percibirlo en la oscuridad de su mente. Al oír los suaves gemidos de ella él se excitaba aún más, quería oírla gritar, percibir que se extasiaba por el placer.

Con agilidad, Sebastián se hincó sobre la cama, sosteniendo los muslos de Macarena para no permitir la separación de su miembro sexual con la vagina de ella. Levantó un poco la espalda baja y cadera de ella. Con actitud desesperada y varonil empujaba con más frecuencia y rápido ritmo su pene dentro de ella, los gemidos de ambos se elevaron. Él soltó la pierna izquierda de ella en una búsqueda para tocar y apretar el pecho izquierdo de la muchacha. La pierna izquierda de ella se sostuvo aferrándose a la cadera de él.

—¡No te pongas así Ximena! ¡Ayúdame a subir!

Ximena le daba la espalda a su marido que parecía inmóvil sobre el asiento que había ocupado toda la noche. La señora de rubio cabello aún se encontraba enrojecida de las mejillas, apretaba los puños, ceño permanentemente fruncido, estaba muy disgustada.
—En este momento no deseo verte José, me adelanto a la recámara, te espero arriba —dijo Ximena, caminando hacia el frente, saliendo así del comedor a la sala.
—Ximena…

José no tuvo más opción que observar a su esposa desaparecer en un abrir y cerrar de ojos. Quejumbró, le molestaba las reprendas de Ximena. Volteo hacia el bastón gris recostado contra la pared el cual cayó después de intentar alcanzarlo con su brazo izquierdo. Se tardaría un poco más que ella.

Al terminar de subir las gradas al segundo nivel, Ximena se topó con una puerta hecha de caoba, ingresó al cuarto tras de ésta girando la manija redonda de color dorado que servía como medio de comunicación entre el exterior y el interior de la habitación. Había sido un día agotador, Sebastián para ella era maravilloso, pero en ocasiones le provocaba terribles disgustos, después de todo, lo único que como su madre deseaba, era la felicidad del muchacho.

La habitación principal se componía por una cama matrimonial cubierta con un edredón blanco, tras ésta un respaldo de madera falsa, enfrente de ella un tocador de 1.50 metros de largo con cuatro cajones y encima un espejo con contorno de caracoles, una ventana al lado contrario de la entrada escondida tras unas cortinas beige. Sin maquinaria electrónica, la recámara daba la impresión de rústica.

Ximena sacó el único botón de su vestido del ojal ubicado justo atrás de su cuello. Sin percatarse en el techo de la habitación principal, arriba de la cama, una mancha negra empezaba a formarse. Como si surgiera del interior de un oscuro corazón, un agujero negro se hacía material sin que ella lo notase. Fondo o no fondo, en la oscuridad nada es perceptible, aquella mancha era imposible de explicar; humedad definitivamente no era… tal vez.

Todos los sentidos de Sebastián se deleitaban. El sexo como un acto de placer completo se disfrutaba aún más si la persona al lado es magnífica para el otro. Para el joven de rubios cabellos, Macarena era la mujer ideal, no importase lo que sus padres u otros opinasen.

Desnudos ambos, él sentado del lado contrario a la cabeza de la cama, con la piernas estiradas, ella sobre él con las piernas dobladas y abiertas para permitir la entrada del órgano viril del joven a su sexo. Sebastián daba el aspecto de estrujar el pecho derecho de Macarena mientras succionaba y mordía el pezón del contrario, su cabeza era cubierta con el ondulado cabello de la joven de tez morena.

Macarena movía su cadera en círculos originando más satisfacción en su pareja y ella. Buscaba la joven sentirle cada vez más en su interior, explotar todas las sensaciones de su sexo.
—Tu cuerpo me sabe delicioso… —murmuró Sebastián

Ximena vestida con un camisón largo de blanco color y una moña rosa en el cuello, se abalanzó de espaldas hacia la cama, estirando su cuerpo entre las sábanas, las que se arrugaban falsamente al soportar la presencia del ser humano.  Sin gafas ya no abrió sus ojos por lo que la mancha negra que sobre ella se encontraba desconocía. Inspiró, expiró, destinaría su cuerpo al descanso.

De la masa negra redonda que en el techo se había formado surgieron dos grandes manos. Horribles manos. Largas y delgadas, de venas pronunciadas, rojas, como si proviniesen directo del mismo Lucifer.  Ximena abrió los ojos, finalmente al percibir la extraña presencia. Pero era muy tarde. Las manos su cuello casi habían alcanzado.

Sin permitir que la madre de Sebastián gritara, la mano izquierda del ser rojo tomó del cuello a Ximena, cubriéndole también la boca. Los ojos de la señora rubia dieron la impresión de querer salir de sus órbitas. Nada podía hacer para defenderse de aquel estrafalario ente que su rostro no mostraba. Intento golpearle con sus desgastados puños, pero la mano roja libre le tomó el brazo izquierdo quebrándolo de tal manera que el húmero atravesó la piel. Sollozó sin que pudiera ser escuchada. El mismo procedimiento realizó la diabólica entidad con el brazo derecho de la mujer rubia. Luego las dos piernas de un solo. Los huesos de su carne salían, la invalidó totalmente.

Gritos imposibles de ser escuchados. Las manos rojas y venosas eran lo suficientemente fuertes para realizar aquel vil acto, un asesinato. Sin poder moverse, las manos elevaron a Ximena del cuello, buscaban introducirla junto con ellas en el desconocido interior del agujero negro. La cabellera y nuca comenzaron a ingresar, inmediatamente borbotones de sangre cayeron en los edredones blancos, como si de una hemorragia imparable se tratase. Entre más entraba el cuerpo a la extraña mancha negra, más sangre de ella escurría. Un chorro de agua roja a toda presión dejaba la madre de Sebastián al desaparecer. Sus pies se movieron durante breves segundos, la vida rápidamente la perdió, a pesar que el líquido rojo no paraba de ser escurrido sobre la cama, las sábanas se transformaron de color. Antes de que los pies se internaran también, cayeron sobre la cama, como cortados con una sierra. De Ximena no quedó más.
—¡Ximena! ¡Eres una ingrata! ¡No tienes idea…!

José molesto e ignorante de lo acontecido, reclamaba a su fallecida esposa. Al abrir la puerta vio tan espantosa y sangrienta escena, sus palabras fueron interrumpidas ante tal panorama. Gritó. José no pudo contenerse y gritó en un tono agudo. Tiró su bastón. Como si hubiese sido falso su falta de capacidad para andar, corrió lejos de la recámara. No era necesario quedarse mucho tiempo para entender el peligro que acontecía.

El corazón del padre de José no iba a resistir semejante susto, sus piernas tampoco. Cayó de las gradas a la vez que fue preso de un paro cardiaco. El susto puede causar la muerte, de eso no cabe la menor duda. Su cuerpo se detuvo hasta llegar a la sala, había tardado más en subir que en bajar. Lentamente el dolor de un corazón detenido le fue matando. Gimió sin poder gritar en voz alta. Su fin también había llegado.

Sebastián y Macarena sobre las sábanas aún fusionaban sus cuerpos. Ambos observaban los ojos del otro, de lado se abrazaban, la pierna derecha de ella sobre la izquierda de él. El joven de rubios cabellos acariciaba los glúteos de ella, permaneciendo en el coito que de movimientos fuertes fue poco a poco descendiendo hasta parar y el calor disminuir. A ambos les invadía un sentimiento de complacencia y agotamiento.

Lentamente Macarena se separó del sexo de Sebastián, dejó de aprisionarlo con su pierna derecha para cambiar de postura y rodearlo con sus brazos. Le abrazó cálidamente. Él acarició el cabello ondulado de la muchacha. Su sudor se mezclaba.

—Te amo Macarena.

8 comentarios:

  1. Fabulosa!! En este capitulo me ha atrapado la incomodidad de una cena de pesadilla a la sangrienta muerte y bastantante terrorifica de la madre del protagonista, me he quedado con el jesus en la boca, espero pronto por el siguiente capitulo, felicidades!!

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    1. ¡Gracias! Si sientes lo que los personajes sienten creo que es misión cumplida. Te agradezco seguir la novela que por este medio publico. Un abrazote =).

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  2. interesante! seguiré leyendo.
    PD te sigo, soy parte de blogs asociados ^^

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    1. ¡Gracias! Te sigo en el Diario de Meg, nos leemos. Un abrazo =).

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  3. ¡Hola! Tienes un premio en mi blog http://nokava.blogspot.mx/2014/05/repeatv.html :D

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  4. Muy interesante c; Tienes talento :3
    PD: te sigo / ¡soy parte de la iniciativa de blogs asociados!
    Saludos o/

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