¡Hola a todos! Bienvenidos a la sección dedicada a la novela: "La caja de la perversidad", terror y erotismo se entrmezcla en ésta original historia, advierto...
Cualquier comentario es bienvenido y bien agradecido, sobre todo si son relativos a la trama de la historia, a disfrutar...
Capítulo II Parte 3
Arribaron
al pequeño apartamento de Sebastián. En definitiva pequeño. Una área redonda
con un diámetro de 8 metros, ocupada por una cama matrimonial que en la mañana
habían compartido Sebastián y Macarena, daba la bienvenida al humilde hogar. Al
lado izquierdo de la cabecera y cerca de la puerta de entrada se hallaba un
televisor mediano de pantalla plana sobre una mesa de madera de no más de un
metro, del lado contrario, un clóset de madera con dos puertas horizontales,
eran los elementos que componían la primera estancia. Tres puertas alrededor,
una escondía la cocina, otra un pequeño estudio y la tercera el único baño. Los
diseñadores del cuarto que fungía como apartamento jamás lo visualizaron de
aquella manera, sin embargo era la más funcional para ellos.
Macarena
ingresó al apartamento antes que Sebastián, quien paralizado en la puerta, con
los párpados caídos y los labios entre abiertos observaba a la muchacha de
ondulados cabellos dirigirse al clóset, abriéndolo y extrayendo una playera
blanca doblada en uno de los apartados del interior, así como dos sandalias en
el área inferior del mismo. Cerró el clóset. Con cierta angustia el joven con
anteojos observó a su pareja internarse en el baño.
Después
de un suspiro, Sebastián caminó hacia el lado izquierdo de la cama, se quitó
los tenis y tomó asiento sobre ésta, estirando su pierna derecha encima del
mueble para dormir. Giró su cabeza a la derecha, su mirada se perdió en la
ventana al lado del clóset, a través de ella se observaba la calle, su
apartamento ocupaba parte del octavo piso.
—Macarena,
mis padres son idiotas, por eso mismo no me interesa lo que piensen, si los
escuchase me convertiría en idiota —dijo Sebastián en voz alta para que ella le
escuchase, se quitó la sudadera negra, tenía una camisa café con cuadros debajo
de ella—. Y no soy un idiota, están fastidiados porque he evolucionado y ellos
no; ¿sabes?, creo que existen estructuras oligárquicas secretas a las que les
beneficia engañar a los seres humanos, encaminarlos a que piensen como conviene
a sus deseos egoístas, marionetas sin un gusto propio, se permiten influenciar
en la toma de decisiones. Los he descubierto, he descubierto el porqué la
tierra se plaga de gente inconforme y vana, por eso yo no soy así, yo a ti te
amo profundamente.
Macarena
salió del baño, vestía solo la playera blanca. Ella le sonrió a Sebastián,
quien al verla se colocó de pie; el muchacho desde el cuello empezó a
desabotonar su camisa. La joven de cabellos ondulados parecía tan tranquila y
serena, no habían rastros de daño producto de comentarios hirientes.
—Una
parafilia tal vez —dijo Macarena, caminó hacia el lado derecho de la cama,
tomando asiento mientras observaba hacia la ventana y el clóset.
—¿Qué
dices? —preguntó Sebastián después de reír, se quitó la camisa.
El
joven rubio caminó alrededor de la cama hasta ubicarse frente de Macarena. Ella
elevó su mirada por un segundo, él se agachó, hincándose solo con la rodilla
izquierda, sus rostros quedaron frente a frente. Él puso sus manos sobre las
suaves piernas de la joven.
—Dices
que me amas y que eres diferente, pero no siempre ha sido así… —dijo Macarena
bajando la mirada.
—¿De
qué hablas? —preguntó Sebastián confundido, tomó de las manos a Macarena y le
dio un beso a cada una—. Tal vez… —Sebastián observó directo a los ojos a
Macarena— un tiempo dejé que esa estructura oligárquica, controladora y
superficial me cegara, pero desde que te conocí desperté.
Ella
sonrió forzadamente, él la observó con cierta preocupación y extrañeza.
—¿Tú
no me crees? ¿Después de todo este tiempo?
—No
es eso —dijo Macarena aún sin verlo a los ojos a pesar que él no había
desapartado su mirada del rostro de ella—. Existimos muchas personas en el
mundo que no nos aproximamos a las expectativas sociales para ser consideradas
agraciadas, tal vez debería ser más fuerte y despreocuparme por la aprobación
de otros; la verdad no me extraña lo que pasó con tus padres, aunque esperaba
algo diferente, lo más doloroso es sentir que me amas y no entenderlo.
—¿De
qué hablas pequeña? No digas tonterías, ya te dije que no soy ningún idiota
—dijo Sebastián, tomando el rostro de Macarena entre sus manos y sonriéndole.
La
pareja se observó a los ojos, eran diferentes físicamente, aunque eso no era
difícil, al fin y al cabo eran un hombre y una mujer. Después de unos segundos
sin hablar, él tomó la iniciativa y acercó sus rostros, besándola en los
labios. Inclinaron sus cabezas en direcciones opuestas, saboreándose también
con la lengua, intercambiaban fluidos orales. Ella tomó los anteojos de él,
separándose por un breve segundo para permitir la acción. Sebastián volvió a
besarla con delirio, ella sostenía las gafas de él con la mano izquierda. Él
succionaba los labios de ella y viceversa, conduciéndola a recostarse de los
glúteos a la cabeza sobre la cama, la joven estiró sus brazos a los lados aún
sin soltar los lentes del rubio.
En
ningún momento el joven de iris verdes dejó de besarla, Sebastián se colocó
sobre ella, levantándole la playera con la mano izquierda para acariciar su
muslo y glúteo, no tenía bragas. Con su mano derecha, Macarena buscó
desabotonarle el pantalón.
La
madre de Sebastián, Ximena, colocaba papel aluminio sobre los platos con restos
de comida, para guardarla y preservarla. Dentro de la cocina limpiaba y
ordenaba el desastre dejado debido al esfuerzo requerido en la cena. Con el
ceño fruncido lo hacía todo con desagrado y molestia.
—No
puedo creer lo que hace Sebastián, pensaba que por ser la primera mujer en
presentar se trataba de algo serio —decía Ximena en voz alta para que le
escuchase su marido, guardaba un plato hondo de vidrio en el interior de la
refrigeradora—. ¿José, por qué nos hace esto Sebastián?
—Es
porque eres muy posesiva con él, le gusta desafiarte… —dijo el padre de
Sebastián, José, mientras fumaba aún sentado en el mismo asiento que había
ocupado en la cena.
—¿De
qué hablas? ¡Eso no es cierto! —Ximena enrojeció del rostro sin parar de
movilizarse en el interior de la cocina.
—¿Entonces
qué más da si simplemente Sebastián decidió presentarnos a esa muchacha sin
importancia?
—Han
estado juntos por mucho tiempo, incluso comparten el apartamento de mi
Sebastián, es decir, deseaba que ella fuese mi nuera…
—Tal
vez te atemoriza pensar que lo sea…
Ximena
después de oír a José paró sus actividades en el interior de la cocina. La
señora rubia observó hacia su mano derecha inmóvil la cual sostenía un trapo
blanco un poco sucio debido a su función de limpieza.
La
atención de José fue interrumpida al escuchar un tenue crujido en el segundo
nivel del interior de la casa. Casi terminaba uno de los tanto cigarros que
había consumido en esa noche. Lo dejó en el cenicero. Sus oídos se concentraban
en percibir algún otro sonido.
—¿Sabes
José? Tienes razón amor, no puedo concebir la idea de que nuestro querido
Sebastián, nuestro único hijo, vaya aparejarse con una mujer física e
intelectualmente mucho inferior a lo que él se merece —mientras confesaba su
sentir, Ximena con fuerza apretaba el trapo en su mano derecha, sus ojos
parecían temblar, interiormente se desequilibraba.
—¿No
escuchaste eso? —preguntó José, descubriendo la falta de interés por lo que su
mujer le decía.
—¡¿No
me escuchaste tú a mi José?! —molesta tiró el trapo dentro del lavaplatos, el
calor dentro de su cuerpo subía, estaba realmente irritada—. ¡No soporto la
idea de que mi amado Sebastián termine con una mujer fea, aprovechada y tonta!
¡Alguien que no le llega ni a los talones! —debido a la furia lágrimas emergían
de sus ojos.
—La
verdad ninguno de los dos me parece muy brillante, que desperdicio con esa su
profesión…
—¡Eres
un idiota! ¡No sé porque hablo contigo!
La
luz tenue de la lámpara iluminaba la recámara en lugar de sala. Para él, el
cuerpo de ella era perfecto. Su olor exterminaba sus neuronas, su capacidad de
pensar. Desnudos, Sebastián montado sobre ella aún conservaba los
calcetines. El rubio se apoyaba con las palmas de sus manos sobre la sábanas,
cada una de lado y lado de la cabeza de ella, cerca de la ondulada cabellera.
Las rodillas y piernas de él se hallaban contra la cama mientras empujaba
fuerte y profundamente su falo dentro de la vagina húmeda de ella. Macarena
abrazaba con sus piernas la cadera de él, rosándole con sus pies los firmes
glúteos del muchacho. Ella gemía mientras él le observaba. Ambos sudaban,
aunque el joven más que la muchacha.
Con
los ojos entre abiertos contemplaba con deleite como gotas de su sudor caían al
rostro de ella, deslizándose hasta desaparecer en el cabello negro. Macarena
cerraba sus ojos, el placer que sentía explotaba en el interior de su sexo y le
recorría todo el cuerpo, similar a la sangre, le encantaba percibirlo en la
oscuridad de su mente. Al oír los suaves gemidos de ella él se excitaba aún
más, quería oírla gritar, percibir que se extasiaba por el placer.
Con
agilidad, Sebastián se hincó sobre la cama, sosteniendo los muslos de Macarena
para no permitir la separación de su miembro sexual con la vagina de ella.
Levantó un poco la espalda baja y cadera de ella. Con actitud desesperada y
varonil empujaba con más frecuencia y rápido ritmo su pene dentro de ella, los
gemidos de ambos se elevaron. Él soltó la pierna izquierda de ella en una
búsqueda para tocar y apretar el pecho izquierdo de la muchacha. La pierna
izquierda de ella se sostuvo aferrándose a la cadera de él.
—¡No
te pongas así Ximena! ¡Ayúdame a subir!
Ximena
le daba la espalda a su marido que parecía inmóvil sobre el asiento que había
ocupado toda la noche. La señora de rubio cabello aún se encontraba enrojecida
de las mejillas, apretaba los puños, ceño permanentemente fruncido, estaba muy
disgustada.
—En
este momento no deseo verte José, me adelanto a la recámara, te espero arriba
—dijo Ximena, caminando hacia el frente, saliendo así del comedor a la sala.
—Ximena…
José
no tuvo más opción que observar a su esposa desaparecer en un abrir y cerrar de
ojos. Quejumbró, le molestaba las reprendas de Ximena. Volteo hacia el bastón
gris recostado contra la pared el cual cayó después de intentar alcanzarlo con
su brazo izquierdo. Se tardaría un poco más que ella.
Al
terminar de subir las gradas al segundo nivel, Ximena se topó con una puerta
hecha de caoba, ingresó al cuarto tras de ésta girando la manija redonda de
color dorado que servía como medio de comunicación entre el exterior y el
interior de la habitación. Había sido un día agotador, Sebastián para ella era
maravilloso, pero en ocasiones le provocaba terribles disgustos, después de
todo, lo único que como su madre deseaba, era la felicidad del muchacho.
La
habitación principal se componía por una cama matrimonial cubierta con un
edredón blanco, tras ésta un respaldo de madera falsa, enfrente de ella un
tocador de 1.50 metros de largo con cuatro cajones y encima un espejo con
contorno de caracoles, una ventana al lado contrario de la entrada escondida
tras unas cortinas beige. Sin maquinaria electrónica, la recámara daba la
impresión de rústica.
Ximena
sacó el único botón de su vestido del ojal ubicado justo atrás de su cuello.
Sin percatarse en el techo de la habitación principal, arriba de la cama, una mancha
negra empezaba a formarse. Como si surgiera del interior de un oscuro corazón,
un agujero negro se hacía material sin que ella lo notase. Fondo o no fondo, en
la oscuridad nada es perceptible, aquella mancha era imposible de explicar;
humedad definitivamente no era… tal vez.
Todos
los sentidos de Sebastián se deleitaban. El sexo como un acto de placer
completo se disfrutaba aún más si la persona al lado es magnífica para el otro.
Para el joven de rubios cabellos, Macarena era la mujer ideal, no importase lo
que sus padres u otros opinasen.
Desnudos
ambos, él sentado del lado contrario a la cabeza de la cama, con la piernas
estiradas, ella sobre él con las piernas dobladas y abiertas para permitir la
entrada del órgano viril del joven a su sexo. Sebastián daba el aspecto de
estrujar el pecho derecho de Macarena mientras succionaba y mordía el pezón del
contrario, su cabeza era cubierta con el ondulado cabello de la joven de tez
morena.
Macarena
movía su cadera en círculos originando más satisfacción en su pareja y ella.
Buscaba la joven sentirle cada vez más en su interior, explotar todas las
sensaciones de su sexo.
—Tu
cuerpo me sabe delicioso… —murmuró Sebastián
Ximena
vestida con un camisón largo de blanco color y una moña rosa en el cuello, se
abalanzó de espaldas hacia la cama, estirando su cuerpo entre las sábanas, las
que se arrugaban falsamente al soportar la presencia del ser humano. Sin
gafas ya no abrió sus ojos por lo que la mancha negra que sobre ella se
encontraba desconocía. Inspiró, expiró, destinaría su cuerpo al descanso.
De
la masa negra redonda que en el techo se había formado surgieron dos grandes
manos. Horribles manos. Largas y delgadas, de venas pronunciadas, rojas, como
si proviniesen directo del mismo Lucifer. Ximena abrió los ojos,
finalmente al percibir la extraña presencia. Pero era muy tarde. Las manos su
cuello casi habían alcanzado.
Sin
permitir que la madre de Sebastián gritara, la mano izquierda del ser rojo tomó
del cuello a Ximena, cubriéndole también la boca. Los ojos de la señora rubia
dieron la impresión de querer salir de sus órbitas. Nada podía hacer para
defenderse de aquel estrafalario ente que su rostro no mostraba. Intento
golpearle con sus desgastados puños, pero la mano roja libre le tomó el brazo izquierdo
quebrándolo de tal manera que el húmero atravesó la piel. Sollozó sin que
pudiera ser escuchada. El mismo procedimiento realizó la diabólica entidad con
el brazo derecho de la mujer rubia. Luego las dos piernas de un solo. Los
huesos de su carne salían, la invalidó totalmente.
Gritos
imposibles de ser escuchados. Las manos rojas y venosas eran lo suficientemente
fuertes para realizar aquel vil acto, un asesinato. Sin poder moverse, las
manos elevaron a Ximena del cuello, buscaban introducirla junto con ellas en el
desconocido interior del agujero negro. La cabellera y nuca comenzaron a
ingresar, inmediatamente borbotones de sangre cayeron en los edredones blancos,
como si de una hemorragia imparable se tratase. Entre más entraba el cuerpo a
la extraña mancha negra, más sangre de ella escurría. Un chorro de agua roja a
toda presión dejaba la madre de Sebastián al desaparecer. Sus pies se movieron
durante breves segundos, la vida rápidamente la perdió, a pesar que el líquido
rojo no paraba de ser escurrido sobre la cama, las sábanas se transformaron de
color. Antes de que los pies se internaran también, cayeron sobre la cama, como
cortados con una sierra. De Ximena no quedó más.
—¡Ximena!
¡Eres una ingrata! ¡No tienes idea…!
José
molesto e ignorante de lo acontecido, reclamaba a su fallecida esposa. Al abrir
la puerta vio tan espantosa y sangrienta escena, sus palabras fueron
interrumpidas ante tal panorama. Gritó. José no pudo contenerse y gritó en un
tono agudo. Tiró su bastón. Como si hubiese sido falso su falta de capacidad
para andar, corrió lejos de la recámara. No era necesario quedarse mucho tiempo
para entender el peligro que acontecía.
El
corazón del padre de José no iba a resistir semejante susto, sus piernas
tampoco. Cayó de las gradas a la vez que fue preso de un paro cardiaco. El
susto puede causar la muerte, de eso no cabe la menor duda. Su cuerpo se detuvo
hasta llegar a la sala, había tardado más en subir que en bajar. Lentamente el
dolor de un corazón detenido le fue matando. Gimió sin poder gritar en voz
alta. Su fin también había llegado.
Sebastián
y Macarena sobre las sábanas aún fusionaban sus cuerpos. Ambos observaban los
ojos del otro, de lado se abrazaban, la pierna derecha de ella sobre la
izquierda de él. El joven de rubios cabellos acariciaba los glúteos de ella,
permaneciendo en el coito que de movimientos fuertes fue poco a poco
descendiendo hasta parar y el calor disminuir. A ambos les invadía un
sentimiento de complacencia y agotamiento.
Lentamente
Macarena se separó del sexo de Sebastián, dejó de aprisionarlo con su pierna
derecha para cambiar de postura y rodearlo con sus brazos. Le abrazó
cálidamente. Él acarició el cabello ondulado de la muchacha. Su sudor se
mezclaba.
—Te
amo Macarena.
Fabulosa!! En este capitulo me ha atrapado la incomodidad de una cena de pesadilla a la sangrienta muerte y bastantante terrorifica de la madre del protagonista, me he quedado con el jesus en la boca, espero pronto por el siguiente capitulo, felicidades!!
ResponderBorrar¡Gracias! Si sientes lo que los personajes sienten creo que es misión cumplida. Te agradezco seguir la novela que por este medio publico. Un abrazote =).
Borrarinteresante! seguiré leyendo.
ResponderBorrarPD te sigo, soy parte de blogs asociados ^^
¡Gracias! Te sigo en el Diario de Meg, nos leemos. Un abrazo =).
Borrar¡Hola! Tienes un premio en mi blog http://nokava.blogspot.mx/2014/05/repeatv.html :D
ResponderBorrarEy, muchísimas gracias Noodle =D Un fuerte abrazo.
BorrarMuy interesante c; Tienes talento :3
ResponderBorrarPD: te sigo / ¡soy parte de la iniciativa de blogs asociados!
Saludos o/
Muchas gracias =D. Un abrazo. Te sigo.
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