Cola de pez
Las formaciones
de pensamiento en su mente eran divergentes. Una semana, un mes o un año,
noción de la temporalidad vivida entre el dolor y el llanto no tenía. La
intensidad con la que el calor abrasaba su corazón ardía, la sangre que por sus
venas y arterias recorría transportaba el sufrimiento a cada minúsculo rincón
de su cuerpo. Tolerar su existencia era una inmolación para sí mismo. Las
palabras son como la arcilla mezclada con agua, tan flexibles que pueden tomar
billones de formas deseadas por quien las pronuncia; causantes de ilusiones
deshechas, ídolos botados y vidas cortadas, si se unen con la acción, un
cataclismo interno desatan. Él padecía los efectos desorganizados del carácter
abrupto de una conducta no esperada precedida de hirientes palabras.
Tendido sobre un
largo sillón negro de cuero sintético, joven de cabellos rubios oscuros y barba
de meses de antaño, cubría sus ojos con el área dorsal de su antebrazo derecho.
Vestía un pantalón de algodón negro y una playera blanca percudida. La ausencia
de luz en el interior de su apartamento no impedía la perceptibilidad del
desorden del lugar. Libros en el suelo, lámpara de cerámica quebrada al igual
que la respectiva bombilla, teléfono vapuleado hasta terminar hendido, mueble
con tres cajones inclinado y cristales dispersos alrededor de un portafotos al
revés; la sala era una oda al desastre y a la ruina.
Alejó su
antebrazo de sus ojos, iris verdes, sus escleróticas tornadas de un color
rosáceo delataban el inestable estado en el que su yo se hallaba. Suspiró,
entrecortándose su respiración producto de lágrimas no deseadas imposibles de
contener. No gemía pero lloraba. Suspiró una vez más en una búsqueda alcanzada
por calmar las manifestaciones de dolor. Las lágrimas de sus ojos dejaron de
brotar.
Tomó asiento
sobre el sillón en que su cuerpo reposaba para proceder a colocarse de pie.
Aunque todo su ser convergía en un estado de abatimiento total, no persistiría
más en una posición de desfallecimiento, de igual forma, no moriría al
continuar así, su dolor no acabaría; aunque debía admitir su disminución
notable. Tan solo un par de días atrás sus deseos de morir habían sido
amortiguados.
Caminó descalzo
hacia el portafotos que sobre el piso se encontraba, lo tomó con su mano
derecha, dándole vuelta para descubrir una fotografía aún en su interior
depositada. Era él en días mejores, sin barba y con ropas diferentes a las
pijamas que hoy lucía; una muchacha a su lado le abrazaba, cabellos castaños
hasta los hombros, vestido blanco con grandes flores, hermosa y amplia sonrisa
que opacaba incluso el cálido día en el cual había sido capturada la imagen.
Con el dedo índice de su mano izquierda recorrió la figura de la mujer que un
día lo acompañó pero ahora a su lado ya no estaba, había desaparecido sin dejar
más rastro que un intenso dolor punzante. Su interior quiso quebrarse una vez
más, sintió un nudo en su garganta formarse y las lágrimas querer presentarse
como una fuerte ola que irrumpe sobre la tierra. Pero no lo hizo. No lloró.
Extrajo del
destruido portafotos la fotografía, lanzando la herramienta para preservar
retratos nuevamente al piso, este cayó entre la suciedad y los escombros de un
lugar destruido. Sostuvo la imagen entre sus manos, las que temblaban debido a una
sobredosis de adrenalina, su ser quería convulsionar por la ira y la aflicción.
"Quiero
dejarlo, tú y yo estaremos mejor separados. Nunca estarás preparado para
formalizar una relación y a mí me cuesta digerir tu personalidad. Más adelante
me lo agradecerás". Recordó las palabras de tono dulce que escondían una
lluvia de fuego, la cual había atravesado su corazón para quedarse durante todo
aquel lapso ya olvidado. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que le dejaron
como si fuese una comida que pasa del favoritismo a la indigestión? Solo Dios
sabía.
Despedazó la
fotografía con furia mientras gemía en una entremezcla de sufrimiento y cólera,
la partió en tantas partes como pudo en un intento por desaparecerla, mas solo
consiguió volverla añicos. La dejó caer al suelo. Volteo hacia su espalda. Una
mesa larga separa la sala de la cocina, sobre esta varias latas doradas
contenedoras de alcohol se caracterizaban. Caminó hacia ella lentamente,
esquivando el desastre que sobre el suelo yacía. Tomó una de las cervezas,
abriéndola e ingiriendo el líquido etílico en menos de un segundo. Prosiguió
con otra lata, realizando la misma exacta acción.
Vio hacia su
derecha. Su mirada se suspendió sobre una puerta de madera color blanco con una
manija plateada para poder ingresar. Dos días atrás sintió que su vida era un
martirio humanamente imposible de seguir soportando; dos días atrás empezó a
surgir una esperanza y razón para darle una oportunidad a su existencia,
superar el abandono se convirtió en un suceso posible.
Dirigió su andar
a la puerta blanca, tomó la manija con su mano derecha y bajándola empujó hacia
dentro para abrirse paso al interior de aquella habitación. Tras la puerta
blanca un cuarto de baño aguardaba. Lavamanos a su izquierda, retrete a su
derecha, bañera de porcelana con forma de media luna en su centro. Pero el
peculiar complemento era el fantástico ser que yacía dentro de la bañera. Una
mujer, un pez.
La criatura de
mitológico origen era palpable en el interior de su bañera, como una realidad
encubierta con fantasía, la verdad brillaba en su cuarto de baño. Entre agua
tibia mostraba de su cabeza al torso y parte de su extensa cola de pez. El
híbrido ser era, en su parte humana, de tez pálida, cabellos ondulados de color
castaño cobrizo que llegaban hasta su cintura la cual finalizaba su mitad
femenina y ocultaban sus dos pechos redondos desnudos, labios carmesí y
carnosos, iris dorados; su parte pez no era más que una cola ancha conformada
por escamas en tonalidad menta tornasol la que finalizaba con una bifurcación
de aletas.
La mujer mitad
pez volteo a ver al joven del corazón roto, él no pudo evitar sonreír al ver el
hermoso tesoro escondido en el interior de su cuarto de baño. La magnificencia
de la híbrida era tan resplandeciente que opacaba por completo su tristeza. El
joven se acercó a la sirena, ella le sonrió. El muchacho de verdes iris tomó
asiento sobre el piso de azulejo, recostando su espalda en la bañera, aproximó
su rostro al del fantástico ser.
—Segundos antes
de hallarte, mi vida caía en un abismo cada vez más profundo, nunca pensé que al
intentar finalizar mi existencia, lanzándome desde el muelle, alcanzaría mi
salvación —dijo el joven, acarició el rostro terso de la sirena—. No podía
dejarte, debía traerte conmigo; ahora solo seremos tú y yo por la eternidad.
Jamás una mujer volverá a burlarse de mi corazón, ya agradezco haber sido
dejado atrás, no cambiaría este futuro por ningún otro.
Entre sus manos
sostuvo el rostro de la bella mujer mitad pez. No concebía que sus ojos observasen
un ser tan perfecto y hermoso. Ella procedió a entonar un desconocido canto de
lengua irreconocible, el esplendor de su voz era tal, que perdía importancia la
incomprensión de la letra. Sin duda era una jerga que los animales marinos bien
entendían. La bella melodía embrujaba desde los oídos hasta la voluntad del
joven. Le atraía de una manera inexplicable e irreverente, extasiaba cada uno
de sus sentidos. Sin poder detenerse acercó su rostro al de ella hasta rozar
sus labios, callándola con un beso frenético, fluidos orales intercambiaron.
Una ardiente pasión hacia la inexplicable sirena se volvía cada día más grande,
la deseaba, era la razón de su nueva existencia.
Y sin duda aquel
ser también lo deseaba. El olor de su carne, su sangre, su composición, era un
aperitivo, un espectacular banquete. El hombre era tan delicioso por lo que era
permisiva con él, entre más cerca lo tenía, la posibilidad de transformarlo en
parte de su dieta era mayor. Siempre había poseído una debilidad exclusiva por
el sexo masculino, no podía evitarlo, eran tan fáciles de seducir y engañar, no
necesitaba más carnada que su belleza.
Más cerca, más
cerca, en cualquier momento succionaría su sangre, destajaría su carne. El
único problema residía después de alimentarse con tal suculento platillo, ¿cómo
salir de ahí? Eso era algo que más adelante resolvería, cuando finalmente aquel
hombre con el alma perdida fuera suyo. Sus ojos dorados se tornaron rojos, en
cualquier momento acertaría la primera mordida, el tan esperado primer bocado.
(La imagen no me pertenece)
Fin
Quiero más... me has dejado con las ganas. Me encanta tu blog¡¡¡formo parte de la iniciativa de blog, ya te sigo y espero que me des unos consejillos para mejorar el blog. Tengo muy pocos suscriptores, pero estoy empezando...Un saludo
ResponderBorrarMuchas gracias =). Me he pasado por tu blog, muy interesante. Te sigo. Un abrazo.
BorrarLo leí hace tiempo, en un concurso al que presentaste el relato, creo.
ResponderBorrarMe gustó mucho, ya te lo he dicho, pero repito que tienes una narración y un estilo muy propios y geniales.
Sigo luchando con el poco tiempo libre que tengo para seguir con La caja de la Perversidad, y me temo además que leer en tu blog es además difícil para mí porque no tengo internet en todas partes y en mi móvil se convierte casi en misión imposible.
Muchos saludos, sigo por aquí :)
Miles de gracias Virginia. Yo también he estado algo desconectada porque uno de mis perros tiró al suelo mi portatil con su cola. Pero enseguida me paso a tu blog y me pongo al día. Un fuerte abrazo y gracias de nuevo =).
Borrar