jueves, 26 de junio de 2014

Cola de pez

¡Hola seguidores y lectores! Le comparto mi relato Cola de pez, con este participé en el concurso abracadabrantes quedando entre las finalistas. Espero que les guste y comenten. Un abrazo y besos.

Cola de pez

Las formaciones de pensamiento en su mente eran divergentes. Una semana, un mes o un año, noción de la temporalidad vivida entre el dolor y el llanto no tenía. La intensidad con la que el calor abrasaba su corazón ardía, la sangre que por sus venas y arterias recorría transportaba el sufrimiento a cada minúsculo rincón de su cuerpo. Tolerar su existencia era una inmolación para sí mismo. Las palabras son como la arcilla mezclada con agua, tan flexibles que pueden tomar billones de formas deseadas por quien las pronuncia; causantes de ilusiones deshechas, ídolos botados y vidas cortadas, si se unen con la acción, un cataclismo interno desatan. Él padecía los efectos desorganizados del carácter abrupto de una conducta no esperada precedida de hirientes palabras.

Tendido sobre un largo sillón negro de cuero sintético, joven de cabellos rubios oscuros y barba de meses de antaño, cubría sus ojos con el área dorsal de su antebrazo derecho. Vestía un pantalón de algodón negro y una playera blanca percudida. La ausencia de luz en el interior de su apartamento no impedía la perceptibilidad del desorden del lugar. Libros en el suelo, lámpara de cerámica quebrada al igual que la respectiva bombilla, teléfono vapuleado hasta terminar hendido, mueble con tres cajones inclinado y cristales dispersos alrededor de un portafotos al revés; la sala era una oda al desastre y a la ruina.

Alejó su antebrazo de sus ojos, iris verdes, sus escleróticas tornadas de un color rosáceo delataban el inestable estado en el que su yo se hallaba. Suspiró, entrecortándose su respiración producto de lágrimas no deseadas imposibles de contener. No gemía pero lloraba. Suspiró una vez más en una búsqueda alcanzada por calmar las manifestaciones de dolor. Las lágrimas de sus ojos dejaron de brotar.

Tomó asiento sobre el sillón en que su cuerpo reposaba para proceder a colocarse de pie. Aunque todo su ser convergía en un estado de abatimiento total, no persistiría más en una posición de desfallecimiento, de igual forma, no moriría al continuar así, su dolor no acabaría; aunque debía admitir su disminución notable. Tan solo un par de días atrás sus deseos de morir habían sido amortiguados.

Caminó descalzo hacia el portafotos que sobre el piso se encontraba, lo tomó con su mano derecha, dándole vuelta para descubrir una fotografía aún en su interior depositada. Era él en días mejores, sin barba y con ropas diferentes a las pijamas que hoy lucía; una muchacha a su lado le abrazaba, cabellos castaños hasta los hombros, vestido blanco con grandes flores, hermosa y amplia sonrisa que opacaba incluso el cálido día en el cual había sido capturada la imagen. Con el dedo índice de su mano izquierda recorrió la figura de la mujer que un día lo acompañó pero ahora a su lado ya no estaba, había desaparecido sin dejar más rastro que un intenso dolor punzante. Su interior quiso quebrarse una vez más, sintió un nudo en su garganta formarse y las lágrimas querer presentarse como una fuerte ola que irrumpe sobre la tierra. Pero no lo hizo. No lloró.

Extrajo del destruido portafotos la fotografía, lanzando la herramienta para preservar retratos nuevamente al piso, este cayó entre la suciedad y los escombros de un lugar destruido. Sostuvo la imagen entre sus manos, las que temblaban debido a una sobredosis de adrenalina, su ser quería convulsionar por la ira y la aflicción.

"Quiero dejarlo, tú y yo estaremos mejor separados. Nunca estarás preparado para formalizar una relación y a mí me cuesta digerir tu personalidad. Más adelante me lo agradecerás". Recordó las palabras de tono dulce que escondían una lluvia de fuego, la cual había atravesado su corazón para quedarse durante todo aquel lapso ya olvidado. ¿Cuánto tiempo había transcurrido desde que le dejaron como si fuese una comida que pasa del favoritismo a la indigestión? Solo Dios sabía.

Despedazó la fotografía con furia mientras gemía en una entremezcla de sufrimiento y cólera, la partió en tantas partes como pudo en un intento por desaparecerla, mas solo consiguió volverla añicos. La dejó caer al suelo. Volteo hacia su espalda. Una mesa larga separa la sala de la cocina, sobre esta varias latas doradas contenedoras de alcohol se caracterizaban. Caminó hacia ella lentamente, esquivando el desastre que sobre el suelo yacía. Tomó una de las cervezas, abriéndola e ingiriendo el líquido etílico en menos de un segundo. Prosiguió con otra lata, realizando la misma exacta acción.

Vio hacia su derecha. Su mirada se suspendió sobre una puerta de madera color blanco con una manija plateada para poder ingresar. Dos días atrás sintió que su vida era un martirio humanamente imposible de seguir soportando; dos días atrás empezó a surgir una esperanza y razón para darle una oportunidad a su existencia, superar el abandono se convirtió en un suceso posible.

Dirigió su andar a la puerta blanca, tomó la manija con su mano derecha y bajándola empujó hacia dentro para abrirse paso al interior de aquella habitación. Tras la puerta blanca un cuarto de baño aguardaba. Lavamanos a su izquierda, retrete a su derecha, bañera de porcelana con forma de media luna en su centro. Pero el peculiar complemento era el fantástico ser que yacía dentro de la bañera. Una mujer, un pez.

La criatura de mitológico origen era palpable en el interior de su bañera, como una realidad encubierta con fantasía, la verdad brillaba en su cuarto de baño. Entre agua tibia mostraba de su cabeza al torso y parte de su extensa cola de pez. El híbrido ser era, en su parte humana, de tez pálida, cabellos ondulados de color castaño cobrizo que llegaban hasta su cintura la cual finalizaba su mitad femenina y ocultaban sus dos pechos redondos desnudos, labios carmesí y carnosos, iris dorados; su parte pez no era más que una cola ancha conformada por escamas en tonalidad menta tornasol la que finalizaba con una bifurcación de aletas.

La mujer mitad pez volteo a ver al joven del corazón roto, él no pudo evitar sonreír al ver el hermoso tesoro escondido en el interior de su cuarto de baño. La magnificencia de la híbrida era tan resplandeciente que opacaba por completo su tristeza. El joven se acercó a la sirena, ella le sonrió. El muchacho de verdes iris tomó asiento sobre el piso de azulejo, recostando su espalda en la bañera, aproximó su rostro al del fantástico ser.

—Segundos antes de hallarte, mi vida caía en un abismo cada vez más profundo, nunca pensé que al intentar finalizar mi existencia, lanzándome desde el muelle, alcanzaría mi salvación —dijo el joven, acarició el rostro terso de la sirena—. No podía dejarte, debía traerte conmigo; ahora solo seremos tú y yo por la eternidad. Jamás una mujer volverá a burlarse de mi corazón, ya agradezco haber sido dejado atrás, no cambiaría este futuro por ningún otro.

Entre sus manos sostuvo el rostro de la bella mujer mitad pez. No concebía que sus ojos observasen un ser tan perfecto y hermoso. Ella procedió a entonar un desconocido canto de lengua irreconocible, el esplendor de su voz era tal, que perdía importancia la incomprensión de la letra. Sin duda era una jerga que los animales marinos bien entendían. La bella melodía embrujaba desde los oídos hasta la voluntad del joven. Le atraía de una manera inexplicable e irreverente, extasiaba cada uno de sus sentidos. Sin poder detenerse acercó su rostro al de ella hasta rozar sus labios, callándola con un beso frenético, fluidos orales intercambiaron. Una ardiente pasión hacia la inexplicable sirena se volvía cada día más grande, la deseaba, era la razón de su nueva existencia.

Y sin duda aquel ser también lo deseaba. El olor de su carne, su sangre, su composición, era un aperitivo, un espectacular banquete. El hombre era tan delicioso por lo que era permisiva con él, entre más cerca lo tenía, la posibilidad de transformarlo en parte de su dieta era mayor. Siempre había poseído una debilidad exclusiva por el sexo masculino, no podía evitarlo, eran tan fáciles de seducir y engañar, no necesitaba más carnada que su belleza.

Más cerca, más cerca, en cualquier momento succionaría su sangre, destajaría su carne. El único problema residía después de alimentarse con tal suculento platillo, ¿cómo salir de ahí? Eso era algo que más adelante resolvería, cuando finalmente aquel hombre con el alma perdida fuera suyo. Sus ojos dorados se tornaron rojos, en cualquier momento acertaría la primera mordida, el tan esperado primer bocado.

(La imagen no me pertenece)

Fin

4 comentarios:

  1. Quiero más... me has dejado con las ganas. Me encanta tu blog¡¡¡formo parte de la iniciativa de blog, ya te sigo y espero que me des unos consejillos para mejorar el blog. Tengo muy pocos suscriptores, pero estoy empezando...Un saludo

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    1. Muchas gracias =). Me he pasado por tu blog, muy interesante. Te sigo. Un abrazo.

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  2. Lo leí hace tiempo, en un concurso al que presentaste el relato, creo.
    Me gustó mucho, ya te lo he dicho, pero repito que tienes una narración y un estilo muy propios y geniales.
    Sigo luchando con el poco tiempo libre que tengo para seguir con La caja de la Perversidad, y me temo además que leer en tu blog es además difícil para mí porque no tengo internet en todas partes y en mi móvil se convierte casi en misión imposible.
    Muchos saludos, sigo por aquí :)

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    1. Miles de gracias Virginia. Yo también he estado algo desconectada porque uno de mis perros tiró al suelo mi portatil con su cola. Pero enseguida me paso a tu blog y me pongo al día. Un fuerte abrazo y gracias de nuevo =).

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